sábado, 11 de agosto de 2018

Morriña

El viento fresco recorriendo la playa,
levanta arena, mueve las algas.

El sol colorea el mar cautivando  miradas,
la luna bruja en el firmamento aguarda.

Noches de meigas, coruxos, queimadas;
noches de silvas, hogueras, guitarras.

Lluvia de verano empapa la tierra despiadada,
lluvia que limpia el asfalto, el cielo, el alma.

Peixiños, pulpo y empanada;
una gaita que grita en la calle adoquinada.

El colo de la madre es la tierra anhelada,
el llanto de una niña en la Colegiata bautizada.

Es mi hogar, nuestro hogar;
la canción que habla de un tal Breogán.

Es el deseo de querer regresar
al puente, al monte, a la tormenta, al mar.


Debo esconderme de mí misma

Escogí guardar en lo más recóndito de mi ser una pequeña parte de mí. Ocultarla de la luz del día anhelando que por fin se apague.

No lo conseguí.

¿Y si no depende de mí? Es como si estuviera en manos del otro, como si pudieran arrancármela y erigirla, hasta la superficie. Me miro en el espejo y solo veo reproches ¿lo peor? La imagen del reflejo que niega con la cabeza.