domingo, 17 de febrero de 2019

Mi vieja amiga

Ella sabe toda la verdad, recuerda cada instante de mi compañía y por eso la temo tanto.

Cada vez que noto sus brazos fuertes me pregunto cómo he llegado a esto, como he permitido que siente su alma sobre la mía. Ella es fuerte y perseverante, juguetona e inquieta. Le gusta dejarme sola, aliviada, para después volver a mi lado devolviéndome la necesidad de correr. El impulso férreo de salir huyendo. 

Es mis ganas y mi apatía, es mi dormir y mi despertar. Mi trampa invisible. A veces juraría que me mira con piedad, como si se arrepintiera de cada abrazo pero hace tiempo que he entendido que no puede dejarme sola, no existe la una sin la otra, de hecho, no existe nadie.

Quiero pedirle clemencia, una tregua, un respiro... pero entonces sufro ante la idea de llegar a no sentir nada.