Su coqueteo comenzaba a resultarme irritante. De nuevo allí estaba y me miraba desafiante. Comprendía bastante bien lo que eso significaba y por ello me exasperaba.
Quise decirle que se fuese, que allí ya no pintaba nada y sin embargo mi garganta no producía ningún sonido. Raro, ¿verdad? Ambas sabíamos la verdad de la otra. Ella me retaba constantemente y yo era en el fondo quien la invitaba.
Miré por la ventana y no estaba: ni su luz ni su figura. Por suerte su sabor sí.