martes, 30 de enero de 2018

La oscuridad del perro

Un silencio únicamente corrompido por el despertador de un vecino,
a lo lejos.
La oscuridad  tácita de la madriguera y la luz de la luna
tratando de colarse por el agujerillo de la persiana.
El aroma del café que ya no logra entusiasmarte.

Enredaderas de tela abrazan las piernas del cuerpo dormido.
Pesan hasta las venas.
No hay sabores que te enciendan,
no hay placeres que te tienten.

Te pides clemencia:
encogerte en el suelo, 
sujetarte las rodillas,
y dormir.

Solo-s.
Sola.
Sol.




viernes, 26 de enero de 2018

La niña no quiere esperar

Impaciente como nunca. El ceño fruncido y quiere caminar. A través del cristal me grita, me pide movimiento. Yo me siento asustada, el temor a defraudar, a que duela, es demasiado grande. Sin embargo, la niña cambia su gesto y me dice con esa sonrisa que solo nosotras conocemos que no pasa nada. Dice que la playa no va a alejarse, que la arena fresca me espera y que el océano es más grande que el mar. Me implora que me vaya para volver con nuevas cosas que contarle.

Una parte de mí sabe que debo hacerle caso. Ella nunca se equivoca. Miro las fotos de mi pasado y veo demasiados rostros a los que rendir cuentas, el mío propio es el más exigente. Pienso que todo aquello con lo que predico debería ser motor para mis elecciones y aún así, mis pies permanecen anclados al suelo. Demasiadas raíces.

Me llama y me lleva con ella. Estamos rodeadas de olivos y subimos a un tejado de uralita. Me da una especie de prismáticos elaborados con ladrillos y entonces lo veo claro. Buscamos siempre el barro, siempre los caminos difíciles y después salíamos victoriosas emergiendo en solitario. Ella era más valiente que yo, más sabia. "Debemos aprender de los niños", dice una voz en mi cabeza.

Vuelvo a mi habitación. Miro los rostros del papel y decido escoger un camino en solitario. El camino de barro, el difícil. Nos miramos satisfechas, seguras.



Me pregunto si la arena tendrá diferente textura allí.

martes, 23 de enero de 2018

La diferencia

Un día cualquiera

Te levantas por la mañana temprano y todavía es de noche. En la cocina ya está ella, preparando el desayuno.

-Buenos días- te dice.

- Buenos días.

- Te he preparado zumo de naranja.

Pasa a tu lado dejando un vaso con el zumo y te da un beso.

-Guapo.

Te preparas delante del espejo. Coges todas tus cosas: tus libros, la bolsa, llaves y cartera. Te introduces dentro de un polar y te diriges a la puerta.

- ¿Tienes mucho trabajo hoy?- te pregunta.

-Bueno, hasta que llegue allí no lo sabré- respondes.

-Seguro que irá genial. Estás muy guapo por cierto, me encanta cómo te queda el pelo así. Te quiero mucho- dice cerrando la puerta.

Conduces una hora. Todavía es de noche. Papeles y papeles, el reloj avanza implacable. Tienes hambre y a penas tiempo para comer. Con el estómago lleno te enfrentas a las soporíferas primeras horas de la tarde. La camisa que llevas parece más incómoda de lo normal, dos cercos decoran ahora tus axilas. Te duele la espalda y todavía te quedan tres horas más. Ves el móvil y tienes un mensaje.

-¿Cómo llevas la tarde? Venga, ya no te queda nada. Y por si se te olvida, eres el mejor para mí.- es tu chica.

Otra hora de coche. Llegas a casa y te das una ducha rápida. Tus amigos te esperan para ver el partido. Mala pinta, parece que tu equipo va a perder. Pizza, cerveza y un poco de humo en el balcón. Una charla poco profunda pero productiva. Os despedís, mañana toca madrugar de nuevo.

-Tío, eres la ostia. En serio, siempre me haces reír y siempre siento que venir a tu casa es refugiarme. En serio, te quiero tío- te dice uno antes de irse.

Llegas a la habitación y ella está leyendo. Te pones un vídeo y poco a poco los ojos te van pesando más y más. Te giras hacia la izquierda. Unos brazos te agarran, un beso en la nuca.

-Buenas noches, descansa mi amor.

Se apaga la luz.


El mismo día cualquiera

Te levantas por la mañana temprano y todavía es de noche. En la cocina ya está ella, preparando el desayuno. Pasa a tu lado dejando un vaso con el zumo delante de ti.

Te preparas delante del espejo. Coges todas tus cosas: tus libros, la bolsa, llaves y cartera. Te introduces dentro de un polar y te diriges a la puerta.

- ¿Tienes mucho trabajo hoy?- te pregunta.

-Bueno, hasta que llegue allí no lo sabré- respondes.

Te mira y cierras la puerta.

Conduces una hora. Todavía es de noche. Papeles y papeles, el reloj avanza implacable. Tienes hambre y a penas tiempo para comer. Con el estómago lleno te enfrentas a las soporíferas primeras horas de la tarde. La camisa que llevas parece más incómoda de lo normal, dos cercos decoran ahora tus axilas. Te duele la espalda y todavía te quedan tres horas más. Ves el móvil, vacío.

Otra hora de coche. Llegas a casa y te das una ducha rápida. Tus amigos te esperan para ver el partido. Mala pinta, parece que tu equipo va a perder. Pizza, cerveza y un poco de humo en el balcón. Una charla poco profunda pero productiva. Os despedís, mañana toca madrugar de nuevo.

Llegas a la habitación y ella está leyendo. Te pones un vídeo y poco a poco los ojos te van pesando más y más. Te giras hacia la izquierda. Ella hace lo mismo hacia su lado.

Se apaga la luz.

viernes, 5 de enero de 2018

Palabras

Sostenía en su mano una taza de porcelana. Era casi tan vieja como sus recuerdos. La miró con detenimiento y pasó sus dedos por la cenefa violeta que la recubría, algunas partes estaban borradas por el paso del tiempo. Aquella pieza formaba parte de una vajilla que había pertenecido a su abuela, y antes de a su abuela, a su bisabuela.

El frío de enero entraba por la ventana, moviendo con delicadeza las cortinas. Entraba la noche y estaba descalza. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Cuando se disponía a llenar la tacita con leche caliente algo la detuvo en seco. Como una ilusión óptica le pareció que en la tacita la cenefa se movía, pero no era una ilusión óptica. Agudizó bien la mirada y observó como la cenefa pasaba de representar figuras geométricas, más o menos sinuosas, a adoptar la forma de una mujer.

AUSENCIA


                                                    

                                                     Habré de levantar la vasta vida 
que aún ahora es tu espejo: 
cada mañana habré de reconstruirla. 
Desde que te alejaste, 
cuántos lugares se han tornado vanos 
y sin sentido, iguales 
a luces en el día. 
Tardes que fueron nicho de tu imagen, 
músicas en que siempre me aguardabas, 
palabras de aquel tiempo, 
yo tendré que quebrarlas con mis manos. 
¿En qué hondonada esconderé mi alma 
para que no vea tu ausencia 
que como un sol terrible, sin ocaso, 
brilla definitiva y despiadada? 
Tu ausencia me rodea 
como la cuerda a la garganta, 
el mar al que se hunde.

(Jorge Luis Borges, Poemas del Alma)