sábado, 8 de octubre de 2011

algo imaginario

Una mañana, quizás de sábado o domingo, se levantó de la cama. Tendría unos cinco años, estaba descalza y dejaba a su madre dormida aún en la cama. Corrió al salón. Solo llevaba una camiseta vieja y unas braguitas de esas verdes con lunares blancos que llevan los niños. Allí, en la estancia iluminada por los primeros rayos del sol, vestido con una camisa de rayas naranjas y blancas, con sus vaqueros y con las gafas estaba su padre. Vió los papeles desde la puerta, vió las maletas y el maletín marrón que lo acompañaba cuando se solía ir. Frunció el ceño confusa. ¿Porqué? Pensó. Se subió a la silla que habia en el salón para encontrarse a una altura más apropiada. Él la miró con rostro controverso, por un lado una sonrisa de confianza y por otro el dolor de unos ojos completamente rotos.

-¿Dónde vas?
- No me voy, siempre estoy contigo ¿no lo sabes?
- Si...
Él la tomó en sus brazos y mirándola fijamente se explicó

-Me voy a África
-Papá! LLévame contigo!
-No puedo, tengo que ir a trabajar tu tienes que quedarte con mamá

Pero Mamá no era divertida... Siempre estaba triste, como amargada por algo que la niña no entendía. Mamá trabajaba todo el día. Ella anhelaba estar con otras personas pero sobre todo con él. Su protección y su conexión, no quería dejarlo ir.

-¡Yo quiero ir a África contigo!
-Te prometo que irás a África conmigo, pero ahora debes estar con tus hermanos

Sus hermanos eran lo que la ayudaban a permanecer en casa, cuando Mamá lloraba ella corría a la habitación y se protegía entre los brazos de su hermano el más pequeño de los tres.

-¿Pero prometes llevarme algún dia?
-Claro, voy a ir a África y voy a hacer una granja, con muchos animales para que cuando vengas puedas jugar con ellos y seas la jefa
-¿En serio? Y va a haber cocodrilos?
-¿Quieres que los haya?
- Si Papi!!
- Pues entonces los habrá, te lo prometo

Ella le sonrió. Le tocó con su diminuto dedito la nariz, lo besó y lo abrazó muy fuerte. Él la dejó suavemente en el suelo, cerca del pasillo oscuro que llevaba a la penumbra de la habitación dormida. Mientras, el desaparecía por la puerta con sus maletas y papeles.

-Papá! No te olvides de los cocodrilos! - Gritó la niña desde el pasillo
- Claro -la cara amarga- te quiero hija

Cerró la puerta. Durante meses llegaron cartas que explicaban con todo lujo de detalles su estancia en África. A veces la niña respondía con la ayuda de su hermano para preguntar cuándo volvería y siempre era la misma respuesta, "pronto".
Él volvió. Nunca hubo granja. La niña nunca fue a África. Cuando la niña tuvo 14 años él volvió a irse. Empezaron a llegar regalos caros. Visitas cada vez más breves y 14 años después permanece el recuerdo de aquella imagen en su mente. Casi se puede oler y sentir del mismo modo si se cierra los ojos. Objetos rodean su vida y la niña, que siempre lo será, permanecerá sin tener lo más deseado

-Papá, llévame contigo!
-Vale.