domingo, 29 de agosto de 2010

una ventana

Corrían tiempos difíciles para la música. Ya no se escuchaban vinilos y la gente recurría a la música de años pasados para disfrutar de su tiempo. No se escuchaban las cafeteras rugiendo por las mañanas ni tampoco se olía la tierra húmeda. En la calle había el más absoluto de los silencios corrompido tan solo por el sonido de la ciudad que dormía.

En una casa cualquiera, como tantas otras noches ya pasando de las doce, una joven se asomó a su ventana. A lo lejos podía ver el mar iluminado en rayos incandescentes. Sentía el tibio aire de las noches de verano en la piel mientras el humo recorría sus pulmones hasta renacer por su boca. Siempre se quedaba mirando, siempre vislumbrando su pasado, presente y futuro. Sola.

El agobio del día perecía siempre bajo el influjo de las estrellas en aquellos instantes en los que sus brazos reposaban sobre el marco de la ventana. "Los mejores momentos los tenemos con nosotros mismos" había oído una vez, y era cierto. Allí consigo misma ya no había problemas, no había preocupaciones ni temores. No sentía el vértigo que solía producir temblores en sus piernas ni el pánico que la asediaba ante un futuro difuso: todo se había aniquilado.

lunes, 23 de agosto de 2010

una lágrima

He pensado durante mucho tiempo, y tras arduos y afanosos intentos no he logrado captar en palabras ni la más mínima esencia de toda la felicidad que me ha rodeado en los últimos días. Aún sabiendo que esto es así, aún siendo consciente de que quizás no pueda, como un espejo intenta reflejar sin éxito toda la luz del sol, más que vislumbrar el principio, voy a intentarlo.

El sol comenzaba a ponerse, se deslizaba por las montañas con suma tranquilidad. Habíamos pasado ya unos días en los que simplemente no podía más que recordar todo aquello que una vez, en mi niñez me había tocado despacio. En aquellos días donde las noches se hacían mañana, donde las lágrimas caían tan solo por alegría, en los que asombrada los veía pasar, sin siquiera llamar, hacia mi interior; en esos días yo quería hablar, lo deseaba, pero no podía porque las palabras estropearían la pulcritud de todos aquellos segundos de máxima felicidad.
Estábamos en paz y yo lo sabía. No quería estar en ningún otro lugar ni en ningún otro momento. Sólo allí.
Subimos al coche y entre canciones avanzamos por todos aquellos senderos cuyos paisajes me inundaban, me embriagaban y me sobrecogían de una forma que no atino en explicar. A cada metro que transcurría bajo los neumáticos recordaba como aquellos hoyuelos sonreían, como esos ojos oscuros brillaban ante la luz de lo que todos pensaban... Recordaba también el entusiasmo por conocer y conocernos y la satisfacción de aquel que deseaba nuestra presencia en su particular mundo. A cada metro, repito, podía rememorar los abrazos y la asombrosa facilidad con la que todos nos unimos en un viaje que no tendría fin; siempre sería recordado, siempre sería contado.

El coche se paró. Bajamos. Cada noche con ellos entre el humo que nuestras manos y bocas desprendían se metía poco a poco en mi mente. Los desayunos a su lado y quizás nuestros cuerpos dibujados en la tierra. De vez en cuando, un dolor punzante en el pecho.

Allí estaba. En todo su esplendor: luz de un atardecer sin noche, inmensidad de un océano enérgico sin censura, salvajes las montañas que lo acunaban y preciosas siluetas de aquellos que habían sido invitados. ¿Qué podía hacer? ¿Qué les podía decir? No había palabras, yo que nunca dejo de hablar me había quedado sin palabras. El mareo que solía recorrer mi cuerpo ante la altura se había disipado con sus presencias.

Nos sentamos en unas rocas y viendo como el sol teñía todo de ese color que tanto amo recordamos a aquellos que nos esperaban. Era perfecto, no éramos cinco; éramos todos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Imagen

Entre el humo chispeante que inundaba sin recelo toda la estancia pude recordar la forma en la que todo había ocurrido. Imaginé de este modo un futuro no muy lejano que surgía satisfactorio de mi mente y de su presencia liviana.

Corrompidos al completo por las fantasías allí elaboradas tramaron con extrema facilidad un riguroso plan que seguramente podría convertir todos aquellos mismos sueños en una incipiente realidad. Ella fue consciente de la peculiaridad de aquellos que la acompañaban ahora, citando de nuevo a Ernesto Sábato, en su pequeño túnel.

El sentimiento más hermoso y absoluto dentro de un solo cuerpo diminuto para lo que en él se albergaba, la facilidad de hacer sonreír con una sola mirada y la ilusión de permanencia, la generosidad sin pretextos que permanecía- aunque quieta- sin censura en sus labios, la eterna amabilidad y cariño reflejada siempre en esos preciosos hoyuelos ligados a una canción que no cesaba y sólo podía ser cantada por él y por supuesto no faltaba la destreza de un romance que, tanto a la amistad como a la música se debía en su afán más absoluto, también allí se hallaba el contacto con la alegría y la peculiar forma de persuadir a los demás para obtener su gusto sencillo. Todos allí sentados y juntos. Simplemente ellos.

Pudo verlos. Pudo imaginar.

lunes, 9 de agosto de 2010

este es el comienzo de una gran amistad

Sentados todos sobre un nuevo concepto se hallaban los cuatro incansables. Se disputaban constantemente y sin palabras la posesión más preciada. Seguramente todos coincidían en que uno no sería suficiente y con disimulo se miraban para comunicar nuevamente que entre sus manos debía haber un nuevo comienzo.

Dos miradas se encontraron y las manos comenzaron a tejer, a tramar, a persuadir la blanda textura que corrompía levemente sus neuronas. Ante el contacto de sus ojos se tercia una sonrisa y ligada a ella un latido conmovido.

Geniales. Allí presentes los cuatro. Un mismo sentimiento y un mismo querer. ELLA.