martes, 30 de noviembre de 2010

"son como perlas"

Entre mis zapatos se perdían las piedras, chocando unas contra otras y deslizándose bajo mis pies entre el agua de los charcos.

El cielo estaba completamente cubierto y el frío endurecía mi piel. Llevaba mis manos en los bolsillos y caminaba sin descanso. El vao que desprendían mis labios me recordaba que estábamos entrando en diciembre y que cada día los días de verano se alejaban más en el tiempo y que ahora, mi ejercicio diario era más costoso; cerraba los ojos muy fuerte y recordaba uno a uno los días de calor, el agua fresca y la arena caliente, la brisa de las noches de julio y las estrellas... esas estrellas que se podían alcanzar con la mano, recordaba también todas las sonrisas y como nos escondíamos del mundo. Recordaba en particular unos ojos, esos preciosos y perturbadores ojos verdes que enloquecían mi memoria con imágenes demasiado nítidas para ser fruto del recuerdo. Traigo a mi presente todavía, sus caricias despistadas entre un murmullo de gente, su atención regalada en medio de una noche de sonámbulos estúpidos que se querían demasiado como para no resvalar sobre la conciencia de la inmoralidad de aquellos que juzgaban desde dentro, incluso acerco su media sonrisa dedicada.

Ahora el viento del invierno intenta enfríar todas las gotas de los árboles para convertirlas en nieve. Pero la nieve es agua, y volverá a ser agua.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

pasos

Todos los días. Todas las mañanas. El frío de las primeras horas que abren el día me lleva a vosotros. Recuerdos. Os veo, no os tengo y os tengo siempre y siempre os veo cuando no estáis ante mis ojos.

Todo el hielo, todo el calor y las caricias. Las miradas y el punto en el que todo concluye en un mismo final. La playa, la arena y el mar. Los "buenos días" de cada tarde y las buenas noches de cada madrugada que acuna esta mano. Sois puente, sois tranquilidad y meta. Sois simplemente motivación y condición necesaria para la superación.

Me he visto a mi misma en el espejo. Me he encontrado y no me he reconocido sin vosotros. He divagado y he creído demasiadas veces que el amor estaba esperándome en alguna esquina, en algún metro... Ahora, no necesito nada más.

lunes, 13 de septiembre de 2010

cleptómana

Mil ráfagas de imágenes se entrecruzan en mi mente sin poder comprender que es lo que ocurre. Como gotas en un cuenco vacío se precipitan sin descanso entre memorias y diurnas sonrisas. Espectadora que no entiende los atisbos sentimentales que impulsan mis actos hacia una incansante melancolía tan solo interrumpida por mi propia respiración.

Entre las noches y los días se suceden en mi cabeza constantes paisajes protagonizados por un mismo trobador y sin a penas haber llegado a la consciencia me encuentro besando el frío cristal que separa nuestro mutuo pesar. Incómoda a veces permito que el viento se deslice entre ambos siempre permaneciendo el mismo silencio frágil y hermoso que adormece nuestro cuerpo y nos embauca, inteligente.

Muchos han sido y serán. Muchos abré conocido. Muchos se han quedado dormidos. Algunos son y no serán. Algunos los perderé en el tiempo de un camino separado. Algunos se despertarán para irse. Unos pocos serán y son. Unos pocos me darán la mano y se quedarán en mi corazón. Ellos morirán a mi lado.

domingo, 29 de agosto de 2010

una ventana

Corrían tiempos difíciles para la música. Ya no se escuchaban vinilos y la gente recurría a la música de años pasados para disfrutar de su tiempo. No se escuchaban las cafeteras rugiendo por las mañanas ni tampoco se olía la tierra húmeda. En la calle había el más absoluto de los silencios corrompido tan solo por el sonido de la ciudad que dormía.

En una casa cualquiera, como tantas otras noches ya pasando de las doce, una joven se asomó a su ventana. A lo lejos podía ver el mar iluminado en rayos incandescentes. Sentía el tibio aire de las noches de verano en la piel mientras el humo recorría sus pulmones hasta renacer por su boca. Siempre se quedaba mirando, siempre vislumbrando su pasado, presente y futuro. Sola.

El agobio del día perecía siempre bajo el influjo de las estrellas en aquellos instantes en los que sus brazos reposaban sobre el marco de la ventana. "Los mejores momentos los tenemos con nosotros mismos" había oído una vez, y era cierto. Allí consigo misma ya no había problemas, no había preocupaciones ni temores. No sentía el vértigo que solía producir temblores en sus piernas ni el pánico que la asediaba ante un futuro difuso: todo se había aniquilado.

lunes, 23 de agosto de 2010

una lágrima

He pensado durante mucho tiempo, y tras arduos y afanosos intentos no he logrado captar en palabras ni la más mínima esencia de toda la felicidad que me ha rodeado en los últimos días. Aún sabiendo que esto es así, aún siendo consciente de que quizás no pueda, como un espejo intenta reflejar sin éxito toda la luz del sol, más que vislumbrar el principio, voy a intentarlo.

El sol comenzaba a ponerse, se deslizaba por las montañas con suma tranquilidad. Habíamos pasado ya unos días en los que simplemente no podía más que recordar todo aquello que una vez, en mi niñez me había tocado despacio. En aquellos días donde las noches se hacían mañana, donde las lágrimas caían tan solo por alegría, en los que asombrada los veía pasar, sin siquiera llamar, hacia mi interior; en esos días yo quería hablar, lo deseaba, pero no podía porque las palabras estropearían la pulcritud de todos aquellos segundos de máxima felicidad.
Estábamos en paz y yo lo sabía. No quería estar en ningún otro lugar ni en ningún otro momento. Sólo allí.
Subimos al coche y entre canciones avanzamos por todos aquellos senderos cuyos paisajes me inundaban, me embriagaban y me sobrecogían de una forma que no atino en explicar. A cada metro que transcurría bajo los neumáticos recordaba como aquellos hoyuelos sonreían, como esos ojos oscuros brillaban ante la luz de lo que todos pensaban... Recordaba también el entusiasmo por conocer y conocernos y la satisfacción de aquel que deseaba nuestra presencia en su particular mundo. A cada metro, repito, podía rememorar los abrazos y la asombrosa facilidad con la que todos nos unimos en un viaje que no tendría fin; siempre sería recordado, siempre sería contado.

El coche se paró. Bajamos. Cada noche con ellos entre el humo que nuestras manos y bocas desprendían se metía poco a poco en mi mente. Los desayunos a su lado y quizás nuestros cuerpos dibujados en la tierra. De vez en cuando, un dolor punzante en el pecho.

Allí estaba. En todo su esplendor: luz de un atardecer sin noche, inmensidad de un océano enérgico sin censura, salvajes las montañas que lo acunaban y preciosas siluetas de aquellos que habían sido invitados. ¿Qué podía hacer? ¿Qué les podía decir? No había palabras, yo que nunca dejo de hablar me había quedado sin palabras. El mareo que solía recorrer mi cuerpo ante la altura se había disipado con sus presencias.

Nos sentamos en unas rocas y viendo como el sol teñía todo de ese color que tanto amo recordamos a aquellos que nos esperaban. Era perfecto, no éramos cinco; éramos todos.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Imagen

Entre el humo chispeante que inundaba sin recelo toda la estancia pude recordar la forma en la que todo había ocurrido. Imaginé de este modo un futuro no muy lejano que surgía satisfactorio de mi mente y de su presencia liviana.

Corrompidos al completo por las fantasías allí elaboradas tramaron con extrema facilidad un riguroso plan que seguramente podría convertir todos aquellos mismos sueños en una incipiente realidad. Ella fue consciente de la peculiaridad de aquellos que la acompañaban ahora, citando de nuevo a Ernesto Sábato, en su pequeño túnel.

El sentimiento más hermoso y absoluto dentro de un solo cuerpo diminuto para lo que en él se albergaba, la facilidad de hacer sonreír con una sola mirada y la ilusión de permanencia, la generosidad sin pretextos que permanecía- aunque quieta- sin censura en sus labios, la eterna amabilidad y cariño reflejada siempre en esos preciosos hoyuelos ligados a una canción que no cesaba y sólo podía ser cantada por él y por supuesto no faltaba la destreza de un romance que, tanto a la amistad como a la música se debía en su afán más absoluto, también allí se hallaba el contacto con la alegría y la peculiar forma de persuadir a los demás para obtener su gusto sencillo. Todos allí sentados y juntos. Simplemente ellos.

Pudo verlos. Pudo imaginar.

lunes, 9 de agosto de 2010

este es el comienzo de una gran amistad

Sentados todos sobre un nuevo concepto se hallaban los cuatro incansables. Se disputaban constantemente y sin palabras la posesión más preciada. Seguramente todos coincidían en que uno no sería suficiente y con disimulo se miraban para comunicar nuevamente que entre sus manos debía haber un nuevo comienzo.

Dos miradas se encontraron y las manos comenzaron a tejer, a tramar, a persuadir la blanda textura que corrompía levemente sus neuronas. Ante el contacto de sus ojos se tercia una sonrisa y ligada a ella un latido conmovido.

Geniales. Allí presentes los cuatro. Un mismo sentimiento y un mismo querer. ELLA.

sábado, 8 de mayo de 2010

algo imaginario III (1 de 100)

Sonaba la música típica de aquellas mañanas extraordinarias. De aquellos días en los que de pronto se aparecía la tregua. Cuando la sonrisa callaba el llanto y cuando el baile apaciguaba los gritos. La niña se despertó en su cama vacía y corrió al salón donde pudo observar una imagen que solo ocurría uno de cada cien días que pasaban; papá y mamá bailaban en el salón. Juntos. Sonreían y parecía que había amor. Ella los miraba como si fuese un espejismo, como si en realidad aquello fuese un sueño. La luz entraba difusa atravesando los ventanales e iluminando la estancia, ahora, llena de vida.

Al verla allí paciente, el padre le tiende la mano a la niña y así se une al baile. Un baile que a penas se puede sentir ahora, un baile que se intuye en ciertas palabras y en los ojos de resentimiento. Un baile que cuando se acaba la música no cesa y que ahora se disipa poco a poco hasta perderse como un suspiro en el viento.

jueves, 6 de mayo de 2010

algo imaginario II (despacito)

Quietud y oscuridad fuera. Silencio sepulcral, tan solo se escuchaba el maullar de algunos gatos. Ella en su camita dormía. Los juguetes en forma de dinosaurios tirados por el suelo, todo revuelto. En su cama se tejían hermosas historias y en sus párpados inmóviles miles de historias se contaban cada noche.

Despacito, suave se escucharon las llaves en la puerta. Abrió los ojos instantaneamente y permaneció quieta para cerciorarse de que aquello no era un sueño. Pronto escuchó ladridos y se sonrió a sí misma. Sabía lo que tocaba. A penas tenía 8 años y una vez al mes aquella visita llegaba acercándole un poco más la imagen que había perdido y mostrándole lo que en un futuro serían las ganas de convertirse en una mujer de la que su entorno debiera sentirse orgulloso.
Despacito, la puerta del hall sonó y ella se levantó de la cama. Abrió la puerta de la habitacion y él estaba alli. Su blog de dibujos con toda aquella información bajo el brazo. Él la miraba sabiendo que era el momento más feliz del mes y que por ello su padre haría la excepción de dejarla trasnochar para poder mostrarle todo.

De la mano fueron a su cuarto. La abrazó y comenzó la historia. Ella sonreía con cada imagen, se sentía protegida y feliz. Reían aún sabiendo lo tarde que era y que al día siguiente les costaría levantarse. Mentira. Ella se despertaria sabiendo que durante unos días él podria abrazarla y recogerla en el colegio, que podría enfadarse con él y que lo más seguro es que la ayudase a hacer los deberes.

Mientras una parde de el mundo dormía ella se despertaba de las pesadillas del pasado

algo imaginario

Una mañana, quizás de sábado o domingo, se levantó de la cama. Tendría unos cinco años, estaba descalza y dejaba a su madre dormida aún en la cama. Corrió al salón. Solo llevaba una camiseta vieja y unas braguitas de esas verdes con lunares blancos que llevan los niños. Allí, en la estancia iluminada por los primeros rayos del sol, vestido con una camisa de rayas naranjas y blancas, con sus vaqueros y con las gafas estaba su padre. Vió los papeles desde la puerta, vió las maletas y el maletín marrón que lo acompañaba cuando se solía ir. Frunció el ceño confusa. ¿Porqué? Pensó. Se subió a la silla que habia en el salón para encontrarse a una altura más apropiada. Él la miró con rostro controverso, por un lado una sonrisa de confianza y por otro el dolor de unos ojos completamente rotos.

-¿Dónde vas?
- No me voy, siempre estoy contigo ¿no lo sabes?
- Si...
Él la tomó en sus brazos y mirándola fijamente se explicó

-Me voy a África
-Papá! LLévame contigo!
-No puedo, tengo que ir a trabajar tu tienes que quedarte con mamá

Pero Mamá no era divertida... Siempre estaba triste, como amargada por algo que la niña no entendía. Mamá trabajaba todo el día. Ella anhelaba estar con otras personas pero sobre todo con él. Su protección y su conexión, no quería dejarlo ir.

-¡Yo quiero ir a África contigo!
-Te prometo que irás a África conmigo, pero ahora debes estar con tus hermanos

Sus hermanos eran lo que la ayudaban a permanecer en casa, cuando Mamá lloraba ella corría a la habitación y se protegía entre los brazos de su hermano el más pequeño de los tres.

-¿Pero prometes llevarme algún dia?
-Claro, voy a ir a África y voy a hacer una granja, con muchos animales para que cuando vengas puedas jugar con ellos y seas la jefa
-¿En serio? Y va a haber cocodrilos?
-¿Quieres que los haya?
- Si Papi!!
- Pues entonces los habrá, te lo prometo

Ella le sonrió. Le tocó con su diminuto dedito la nariz, lo besó y lo abrazó muy fuerte. Él la dejó suavemente en el suelo, cerca del pasillo oscuro que llevaba a la penumbra de la habitación dormida. Mientras, el desaparecía por la puerta con sus maletas y papeles.

-Papá! No te olvides de los cocodrilos! - Gritó la niña desde el pasillo
- Claro -la cara amarga- te quiero hija

Cerró la puerta. Durante meses llegaron cartas que explicaban con todo lujo de detalles su estancia en África. A veces la niña respondía con la ayuda de su hermano para preguntar cuándo volvería y siempre era la misma respuesta, "pronto".
Él volvió. Nunca hubo granja. La niña nunca fue a África. Cuando la niña tuvo 14 años él volvió a irse. Empezaron a llegar regalos caros. Visitas cada vez más breves y 14 años después permanece el recuerdo de aquella imagen en su mente. Casi se puede oler y sentir del mismo modo si se cierra los ojos. Objetos rodean su vida y la niña, que siempre lo será, permanecerá sin tener lo más deseado

-Papá, llévame contigo!
-Vale.