viernes, 23 de febrero de 2018

El lenguaje del otro

Las palabras retumban en nuestros oídos y se clavan como dardos hirientes, venenosos. Perdemos el control, nuestro mayor temor, por el calado de cada sílaba, de cada idea. A borbotones, sin filtrar ni lo que se dice ni lo que se interpreta. El mareo, la angustia, las ganas de vomitar, nuestro cuerpo es un nudo imposible de desatar. Son precisamente las palabras quienes van borrando los recuerdos como si cada una de ellas trajese consigo la niebla, una niebla cada vez más espesa.

No podemos ver las calles adoquinadas, el libro que nos trajo una metáfora, la guitarra en aquel antro o la arena de la playa que una vez nos dio cobijo. No podemos ver la sonrisa del encuentro, las manos entrelazándose despacio, las duchas que nos dejaron arrugados, el barco navegando bajo el cielo rosa o las miradas que olieron a arroz. Es como si todo estuviese oculto. Tan siquiera escuchamos las Otras Palabras, las que eran elixir, felicidad. "Maldita palabrería", "de que fa gust?", "la que has liado", "no me falles mi amor", "yo te sujeto", "consiénteme", "sí, te quiero", "soy tuya, solo para ti", "mi hogar es donde estés tú", "mi chulito catalán", "¡ai! la niña...", "¿de dónde te han sacado?", "en nuestra casa quiero un colchón como ese", "me gusta como eres"... Una lástima que el ruido impida escuchar aquellas que sí tenían dulzura, alegría y sinceridad. Las de ahora duelen, porque no salen del corazón si no de la cabeza, donde anida el sufrimiento.



Se tumbaron en la cama el uno frente al otro, acurrucados como dos niños y viéndose a los ojos. Los mofletes aplastados sobre la almohada. No dijeron nada, no hacía falta. Él le pasa una pierna por encima, ella se acerca a su boca. Un beso, dos, tres... Entonces entendieron el lenguaje del otro.

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