viernes, 7 de julio de 2017

En la calle de Los muchos colores

En la calle de Los muchos colores las casas eran de azules, amarillos, verdes, violetas y rosas fachadas. Las ventanas que decoraban las pequeñas construcciones -tanto que podrían decirse de juguete- nunca eran del mismo color que sus paredes. Ni tampoco las puertas que solían embellecer toda la estampa con molduras en aguamarina, turquesa y miel. Adoquines grises decorados con bonitas papeleras, también de colores. Hermosos árboles frutales siempre en flor contrastando con los adoquines grises que hacían de sustento para los viandantes.  Las farolas que presidían las calles, todas ellas de hierro envejecido,durante el día no parecían pertenecer al mismo cuadro, sin embargo, a la luz de la noche emitían también luces de colores tiñendo todo el mobiliario que ocupaba las aceras.Las fruterías, carpinterías y otros negocios que componían la calle se esmeraban en que sus artículos luciesen de muchos colores. El ultramarinos por ejemplo, solía decorar sus escaparates con aguacates y fresas, plátanos y mangos, arándanos y limones...

En la calle de Los muchos colores los habitantes vestían camisetas naranjas, pantalones amarillos y calcetines rosas. Algunos incluso llevaban el pelo violáceo, rojo o cyan. Los bebés viajaban en cochecitos púrpura, azules, amarillos o verdes. Los ancianos lucían bastones de lo más vistosos. Cuando una novia se casaba no iba al altar vestida de blanco, entraba en la colorida iglesia luciendo un hermoso vestido con por lo menos siete colores distintos. Todos los vecinos estaban felices de pertenecer a la calle.

Todos menos la niña gris.

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