jueves, 27 de octubre de 2016

Cicatrices

Muchas palabras, muchas lágrimas y muchas noches sin dormir, siempre previas a una tormenta que, tras su paso, todo lo dejaba nuevamente en calma. La tranquilidad más maravillosa del mundo. El apaciguamiento de toda mi yo salvaje reducido a un abrazo, una sonrisa, una mano y un café. Durante el tiempo que duraba esa sensación de sosiego nada parecía estar mal, todo tenía su sitio, como una maleta organizada por una madre. La incertidumbre y los "quizás" siempre solían asaltarme en algún momento, cuando menos lo esperaba, pero cada vez las tormentas se hacían esperar más y, camuflada de felicidad, la Conformidad me abrazó fuerte y yo me dejé abrazar.

Muchas palabras, muchas lágrimas y muchas noches sin dormir dediqué a aquel que una vez me había encontrado para prevenirlo, para gritarle que volviese y que no me dejase ir. En su rostro miradas esquivas y en su boca, hielo. Acurrucada entre las sábanas buscaba sus abrazos pero en lugar de sentirme reconfortada sufría ante la idea de que cada día, dormía más cómoda alejándome de su piel. El cambio fue tan progresivo que la niña que gritaba, peleaba y se desgarraba consciente de que todo se podría desgastar, se apagó, dejó de gritar, de pelear y fue perdiendo poco a poco su pasión para asumir un papel más maduro, más adulto y menos ella. Presa de la convicción de que así debía ser, de que "lo de antes" era inmadurez, era ensoñación, se refugió en los libros y en las historias de otros y cuando añoraba su parte primitiva la acallaba con una sonrisa, un beso o un abrazo de aquel que una vez la había encontrado. Sin embargo, esa versión más madura, más adulta y menos yo, poco podía durar, porque la madurez no es aburrimiento, la adultez no es cordura y ser menos yo no debería ser una opción.

Muchas palabras, muchas lágrimas y muchas noches sin dormir presa del pánico y de la angustia de ver cómo en un segundo todo cambió. Los días pasaban en mi felicidad calmada, sin pasión pero con cariño, con sonrisas silenciosas y afecto sincero. La Duda y la Conformidad jugaban juntas al ajedrez ya acostumbradas la una a la otra. Hasta que ocurrió. Allí estaba, como otras veces, pero era diferente. Algo platónico se fraguó y en un juego mortal ante lo "inalcanzable" me dejé llevar. Me dejé llevar más de lo que quería y ocurrió. Se despertó. La niña de melena revuelta, de labios salados y piel húmeda no quería dormir. Risas, picardía, pasión y complicidad surgieron de pronto y ya nada fue igual. ¿De dónde salió? No es lo importante. Lo verdaderamente importante es que todavía estaba ahí, todavía existo. Corrí, corrí y corrí. Con mirada fría señale a la Conformidad y ella lo entendió, tiró su rey sobre el tablero y se fue. La Duda me miraba con sonrisa cómplice, le di la mano y echamos a andar.

En el espejo, una piedra, una piel oscura, pelo revuelto, calor, incertidumbre y cicatrices.

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